Bajo este título, hace justo un año, quedé finalista en un concurso de relatos contra la violencia de género que organizaba el ayuntamiento de Terrassa y la editorial Hades. Una iniciativa necesaria, ahora más que nunca, para dar a conocer la magnitud de esta lacra que es el maltrato físico y psicológico. Y así demostrar la implicación y el apoyo de la sociedad a favor de las víctimas de la violencia de género.
Empezaré por explicaros por qué elegí que la mujer maltratada fuera una adolescente. Tengo una niña de seis años y un niño de tres, y me asusta de manera especial que actos aparentemente triviales, escondan actitudes que coarten la libertad en este caso de mi hija, porque el pequeño todavía no va al colegio. ¿Qué debo pensar cuando una niña de primero de primaria me dice que no quiere llevar falda al colegio porque sus compañeros se la levantan? ¿Que cuando juegan a pillar “aprovechan” para tocarle el culo o el pecho?
Hace muchos años que trabajo con niños, me encantan. De todas las edades, desde los tres años a los catorce. En todo este tiempo he visto cómo ha crecido entre ellos un comportamiento más que preocupante que me lleva a pensar que algo estamos haciendo muy mal. Las chicas no pueden jugar a fútbol. Si hay que partir la pista del patio, ellos tienen que tener preferencia. No es algo interno del centro, que lógicamente no aprueba ni consiente esta clase de actitudes. Son los propios niños quienes te protestan porque se sienten con más derecho que las niñas a utilizar el patio. ¿Pero sabéis qué es lo peor de todo esto? Que todavía habrá padres que se quejen porque sus hijos (en masculino) no han podido jugar a fútbol. Es mi obligación educar a mi hija como persona autónoma, ni mejor ni peor que nadie, libre de tomar sus propias decisiones e insistir en que nadie tiene el poder de coartar su libertad. Así como enseñar a mi hijo respeto e igualdad. ¿Qué pasará cuando esos niños crezcan? ¿Cuando sean adolescentes y crean que son superiores a sus compañeras?
El maltrato es un problema real, es un problema de todos, y no solo se da a partir de una edad concreta. Pensemos en la compleja etapa de la adolescencia. Todos los cambios físicos y psicológicos que sufrimos. Nos creemos adultos y a salvo, sin embargo, somos más manipulables que nunca. Especialmente por las personas que nos importan, sean amigos o más que amigos.
A partir de esta idea escribí el relato que os dejo a continuación. Ha servido como material de trabajado en institutos, especialmente en tercero y cuarto de la ESO. Y que espero, con total sinceridad, que abra ojos y mueva conciencias.
Tessa C. Martín.
Yo cuidaré de ti
Aina y yo hace años que nos conocemos. En realidad creo que ha estado en mi vida desde que tengo uso de razón. Recuerdo habernos visto en el parque, a mi madre pararse a saludar a la suya, cruzarnos por la calle o en alguno de los comercios de nuestro barrio. Sin embargo, está anclado en mi memoria de manera especial el primer día de colegio.
Aunque yo era algunos meses mayor que ella, a mis tiernos e inexpertos tres años de edad, no podía parar de llorar agarrada a las faldas de mi madre, negándome a ser abandonada en aquel inmenso patio donde los llantos de los demás niños ensordecían el mío propio. La pobre mujer intentaba hacerme entrar en razón con infinidad de argumentos que de nada me servían.
Laia cariño, ya verás qué bien lo vas a pasar. Aquí podrás jugar en los columpios, hacer muchos amigos… Además hay pinturas para dibujar todo lo que quieras.
Pero yo no quería ver el perfecto paraíso que mi madre se empeñaba en mostrar. Yo quería irme a mi casa, con ella, y sentarme en la mesa de la cocina a pintar mientras escuchábamos la radio y ella cantaba y cocinaba a la vez. ¿Qué había hecho de malo para que mi madre quisiera dejarme allí?
De repente, noté una mano cálida que tiraba de mi brazo. Desenterré la cara de la falda de mi madre y miré asustada para ver quién reclamaba mi atención. Ahí estaba Aina, sonriente y preciosa con sus dos coletas perfectamente peinadas y más fresca que una rosa. Tan solo me dijo una frase, pero tan segura de sí misma y convincente que no dudé en hacerle caso.
Ven conmigo, yo cuidaré de ti.
Entré en la clase cogida fuertemente de su mano, como si de un salvavidas se tratara, me senté a su lado y no me separé de ella en todo el día. Fuimos juntas al baño, jugamos en la arena, compartimos el almuerzo y pintamos un dibujo a medias. No dejó de parlotear y hacerme preguntas hasta que mi madre vino a recogerme. Al verla volví a deshacerme en lágrimas profundamente dolida por haberme dejado desamparada en un lugar extraño, aunque al menos había vuelto a por mí.
El día siguiente no fue diferente, entré llorando de la mano de Aina pero algo más resignada. Sabía que ella no me dejaría sola. Y así, día a día me dejé guiar por ella y su promesa de protección hasta que paré de llorar y el colegio se convirtió en la mejor oportunidad de pasar muchas horas juntas, jugar y compartir nuevas experiencias.
Si había una palabra que definiera nuestra relación era inseparables. No teníamos suficiente con las horas de clase. Al salir del colegio nuestras madres nos llevaban a merendar al parque y seguíamos nuestros juegos hasta que agotábamos las últimas horas de luz.
Con el paso de los años, nuestra amistad se fue afianzando. Ambas nos apuntamos a danza y a clases extraescolares de inglés. Pero desgraciadamente, Aina lo tuvo que dejar por cuestiones económicas. Lo pasé fatal, incluso pedí a mi madre que hiciera lo mismo conmigo, pero se negó. Echó mano de toda su batería de argumentadas razones y seguí acudiendo a ballet. Aproveché las clases para ser la profesora particular de Aina y enseñar a la hora del recreo los nuevos pasos aprendidos.
Juntas descubrimos la ilusión del primer amor, como suele pasar a la tierna edad de 6 años, el susodicho era nuestro amor platónico y el del resto de niñas de la clase. Pero qué importaba, querer se puede querer a todo el mundo, y dejar de querer también.
Después de los años de colegio llegó el momento de dar el gran salto a la enseñanza secundaria. Emoción, nervios y cierto sentimiento de libertad e inequívoca rebeldía se adueñó de nosotras. Sí, por fin nos íbamos al instituto. Un inmenso abanico de posibilidades y dosis más que elevadas de hormonas revoloteaba a nuestro alrededor.
En esta ocasión no tuvimos tanta suerte. Nos separaron de clase y me encontré de nuevo perdida. Cierto es que coincidí con compañeros del colegio, pero ya no estaba con mi amiga del alma. No obstante, y como siempre, Aina me animó. Iríamos y volveríamos a casa juntas. Nada cambiaría entre nosotras. Y así fue durante los cuatro primeros cursos, ambas avanzamos con paso firme y superamos con éxito curso tras curso ayudándonos en las asignaturas donde una flaqueaba más que la otra, que en mi caso era matemáticas, y en el suyo lengua y literatura.
Hasta que hace un año conocí a Álex, o más bien él se empeñó en conocerme a mí. Nos veíamos por los pasillos, solía pasearse con sus amigos durante el rato de descanso por donde yo estaba, aparecía en la cafetería y se hacía hueco a mi lado. Hasta que un día mientras esperaba a Aina se acercó a mí. No podía creer que un chico como él se hubiera fijado en alguien como yo. Guapo, buen estudiante, popular, Álex lo tenía todo. Intercambiamos los números de teléfono y se alejó sonriente hacia su grupo de amigos. En cuanto Aina llegó junto a mí y se lo conté, nos marchamos a casa emocionadas y nerviosas. Mi amiga era una chica resultona que solía acaparar las miradas de los chicos del instituto. Lo cierto es que lo primero que pensé cuando Álex se acercó a mí es que quería saber algo de ella, nunca me imaginé que su interés fuera por mí, soy así de insegura, qué voy a hacer.
Unas cosas nos llevaron a otras y gracias a su paciencia y persistencia, Álex y yo terminamos saliendo. Aunque la relación con Aina no podía ser la misma, nos esforzamos en no dejarla de lado. Álex entendió lo importante que era ella para mí y la incluímos en nuestros planes.
Salíamos en pandilla con los amigos y todas las semanas teníamos nuestro día de chicas, quedábamos las dos solas y pasábamos horas hablando o saliendo a cenar y a bailar. Todo iba bien hasta que apareció él.
—¡Hola, loca! —Escuché la voz de Aina al otro lado del teléfono.
—¡Hola! ¿A qué hora quedamos para ir a la hamburguesería?
—Es que hoy no puedo… ¡Tengo una cita!
—¿Qué me dices? ¿Con quién?
—¿Te acuerdas del chico del que te hablé? —Casi podía verla dando saltos por su habitación.
—¿El nuevo? ¿El guaperas?
—¡Ese! Se llama Raúl y he quedado con él para ir al cine y a cenar.
—Pero hoy es noche de chicas…
—Lo sé, y lo siento. Se lo he dicho pero es que tenía tanta prisa por quedar conmigo… —Aina sonaba tan ilusionada que no me atreví a quejarme.
—Bueno, no pasa nada, la semana que viene. Anda, cuéntame qué te vas a poner hoy.
Estuve hablando mucho tiempo con ella y decidiendo el modelito para su cita. Me contagió de su alegría y me sentí emocionada. Sabía que desde que Raúl había llegado al instituto, Aina se había sentido atraída por él, que fuera correspondida me hizo feliz. Cuando acabamos nuestra conversación llamé a Álex y le conté que estaba libre. La noche de chicas se anulaba porque Aina tenía una cita con Raúl. Los dos se conocían porque coincidían en muchas clases, aunque nunca le había contado que mi amiga se moría por sus huesos. Noté como se tensaba al otro lado del teléfono y me dio la sensación de que no le hacía mucha gracia, no obstante no me comentó nada.
Al día siguiente, de camino al instituto, se mostró más eufórica que el anterior, si es que era posible. Raúl la había llevado a cenar a una pizzería y luego habían ido al cine, le dejó elegir la película y acabaron viendo una de acción. A ella le supo mal que él tuviera que tragarse una comedia romántica, aunque hiciera semanas que habíamos planeado ir al estreno porque ella se moría de ganas de verla. Me contó cómo se habían besado en el cine y que él le había confesado que desde que había pisado el instituto se había fijado en ella. La abracé con fuerza, contenta por verla feliz y mentalmente haciendo planes para quedar los cuatro. Viendo su sonrisa y el brillo de sus ojos me quedó claro que estaba totalmente pillada por él.
Decidí poner el marcha mi plan para juntarnos las dos parejas. Aprovechando que la próxima semana iba a celebrar mi cumpleaños, 18 añitos, le dije a Aina que invitara a Raúl de mi parte. Mis padres iban a preparar una fiesta familiar para el domingo, pero el sábado saldría con Álex y nuestros amigos a cenar y a bailar. Aceptó de inmediato y corrió a buscarlo a su clase para decírselo.
Ese día no la vi a la hora del descanso ni volvimos a casa juntas. Era la primera vez que rompíamos la tradición. Me dijo por mensaje que Raúl la llevaría a casa con la moto y que había aceptado venir a mi cumpleaños el sábado.
El resto de la semana la vi en contadas ocasiones y siempre con prisas. Raúl acaparaba todo su tiempo y ella parecía vivir en una nube. Por supuesto, el viernes tampoco hubo noche de chicas. Justamente, Raúl le había preparado una sorpresa para ese día y no quería hacerle el feo de dejarlo plantado. El sábado apareció ella sin acompañante, Raúl había tenido un problema familiar en el último momento y no había podido venir. Estaba algo desilusionada, pero entre todos la animamos y empezó a disfrutar de la noche.
Lo pasamos en grande, aunque Aina estuvo pegada al móvil informando a su novio de lo que hacíamos y dónde íbamos. No conseguí que se separara del teléfono ni un momento. Cuando Álex nos sacó una foto a las dos juntas, mi amiga la envió para que la viera. No sé cuál fue la respuesta pero se puso seria de momento, al rato se excusó y se marchó a casa. Desde el mensaje algo había cambiado. Por mucho que le insistí se negó a explicarme nada.
Había algo que no me gustaba del tal Raúl, pero me dije que era posible que estuviera exagerando y que cuando lo conociera seguro que comprobaba que mis suspicacias eran infundadas. Aina era una chica lista que nunca se habría fijado en nadie que no fuera bueno para ella. Sin embargo, mis temores se vieron confirmados al día siguiente.
En cuanto me levanté, lo primero que hice fue llamarla por teléfono. La noté algo triste, y así se lo hice saber. Pero ella se empeñó en negarlo una vez tras otra. Después de insistir y repetir muchas veces que podía confiar en mí, terminó confesándome que Raúl se había enfadado por la fiesta de cumpleaños. No le gustó el vestido escotado con el que vino y se puso celoso al pensar quién nos había sacado la foto. Aunque ella le explicó que había sido mi novio, no se atuvo a razones y le recriminó que se exhibiera delante de todos sin estar él presente. No podía creer lo que estaba escuchando. Cada vez me gustaba menos ese chico y no entendía cómo mi amiga se dejaba mangonear de esa manera. Intenté hacerle ver que no tenía sentido que se sintiera culpable por vestirse como a ella le gustaba y menos por lo que él pensara. No había nada de malo en su vestuario ni en salir a divertirse con amigos. Fue inútil. Aina lo excusó una vez tras otra, argumentando que la quería tanto que los celos y el miedo a que ella conociera a alguien lo habían llevado a decirle todas esas cosas. Cosas que tuve miedo de preguntarle, porque con la frase, “El que ama, cela” me quedó bastante claro.
Esta vez mi preocupación fue tal que llamé a Álex. Nunca le contaba nada de las conversaciones que teníamos Aina y yo, y él jamás preguntaba. Eran cosas nuestras y las respetaba. Sin embargo, esta vez necesitaba indagar sobre Raúl y preguntar a Álex era mi mejor opción. Quizá así podría apaciguar las ideas que rondaban en mi cabeza y me convencería de que no tenía nada de qué preocuparme.
Por desgracia, Álex no hizo más que confirmar mis temores. Raúl era el típico chulito que gustaba de ser el centro de atención y alardeaba de las conquistas. Álex, al notar la preocupación en mi voz intentó tranquilizarme. Seguro que Aina se daría cuenta de cómo era y más bien pronto que tarde, lo dejaría plantado. Yo no las tenía todas conmigo. Estaba muy enamorada y algo me decía que Raúl le daría una de cal y otra de arena para que no se desilusionara. No obstante me propuse abrirle los ojos si llegado el momento ella no era capaz de hacerlo.
En una de las pocas ocasiones en las que salimos las dos solas, porque Raúl tenía “otros asuntos” que atender, fuimos al cine. Cuando terminó caminábamos entre risas comentando la comedia romántica que habíamos visto cuando un grupo de chicos se encaró con nosotras. Empezaron a soltar piropos y comentarios soeces.
—¡¡¡Guapas!!! ¿Dónde vais tan solitas?
—Si queréis pasar el rato a mi se me ocurre un juego.
—Si, el “teto”. —Se reían a carcajadas.
No era la primera vez que nos encontrábamos con un grupo de indeseables y Aina los había puesto en su lugar. Pero esta vez me quedé esperando su reacción. Se limitó a agachar la cabeza, tomarme del brazo y caminar lo más rápido posible. Había cambiado, no parecía la misma y no me gustó. ¿Dónde estaba su autoestima? Al final, y contra todo pronóstico, fui yo la que se encargó de ponerlos en su lugar mientras ella tiraba de mí para alejarnos.
—¡Imbéciles! Cómo me gustaría que vuestras madres os vieran.
—Mi madre está en casa, guapa. En la cocina para ser más exactos.
Los demás rieron los comentarios jocosos de su amigo.
—Pena me dan vuestras madres. Aunque bien pensado, estarán mejor sin tener que aguantaros. ¡Capullos! ¡Niñatos!
Siempre me ponían furiosa estas situaciones. Esa sensación de impotencia e injusticia. De ver que las cosas no cambiaban y que las mujeres no podíamos evitar sentirnos acosadas por un grupo de chicos que nos veían a todas luces inferiores. Después de la furia, venía la tristeza y la frustración.
Las semanas iban pasando y Aina cada vez estaba más lejos de todo el mundo y más cerca de él. Cambió su manera de vestir y de actuar. Nada de escotes ni minifaldas a menos que fuera acompañada por él y siempre que fuera supervisado de antemano. “Quiere que vaya guapa”. “Se interesa por mi”.“Le gusta poder elegir mi ropa”. Cada vez me sentía más impotente porque hiciera lo que hiciese, o dijera lo que dijese, Aina siempre lo excusaba.
Intenté mantener nuestra amistad al margen, pero era prácticamente imposible. Hablar de tú a tú pasó a ser una utopía. No la dejaba sola ni a sol ni a sombra. Comenzamos a chatear más por el móvil que a hablar en persona y hasta esas conversaciones eran supervisadas. Un día me pidió que no le hiciera comentarios sobre otros chicos ni insistiera en que saliera con nosotros porque le supervisaba el móvil y se enfadaba cuando lo leía. No me lo podía creer, si me lo hubieran contado hace unos meses me habría reído por lo descabellado de la situación. No es que me sorprendiera que la vigilara hasta ese extremo, no lo dudé en ningún momento. Lo que realmente me sacó de mis casillas es que ella viera normal ese tipo de actitud, que interpretara esa coacción a su libertad como un símbolo de amor. De protección incluso.
Delante de todo el mundo mantenía las apariencias y no tenía ni una salida de tono y, salvo alguna mirada amenazante y furtiva, se mostraba atento y cariñoso. Sin embargo en privado la cosa cambiaba. Yo no había sido testigo nunca hasta que un día no le di opción a irse del instituto con él, me planté en la puerta de su clase y la esperé.
—¿Qué haces aquí? —Me abrazó sonriente pero sin dejar de mirar a los dos lados del pasillo.
—He venido a por ti, hoy tenía que ayudarte con el trabajo de literatura. —Enlacé mi brazo con el suyo y tiré de ella.
—¡No me acordaba! Lo siento, pero es que Raúl me ha pedido que lo acompañe a cortarse el pelo.
—Bueno, pues para eso no le haces falta. Él puede ir a cortarse el pelo y tú hacer el trabajo. Podéis veros después, ¿no?
—Lo siento, Laia, es que se lo había prometido. No le gusta que cambie de planes a última hora. Veré si mañana tiene planes con sus amigos y si los tiene, podemos quedar tú y yo tranquilamente.
—Y si no los tiene también. Podemos quedar cuando queramos, ¿o es que tienes que pedirle permiso?
—No digas tonterías. —Noté que se estaba enfadando, pero es que me daba tanta rabia verla tan insegura.
—Pues entonces dile que el trabajo es muy importante y que os veréis después. Seguro que lo entiende.
—La que no lo entiendes eres tú. Mirá, te mando un mensaje si terminamos pronto y que me deje en tu casa. Ahora me tengo que ir, no le gusta que lo haga esperar.
Me dio un beso en la mejilla y salió corriendo. Cabizbaja bajé los dos pisos y me reuní con Álex a la puerta del instituto. Me besó con suavidad en los labios y cogió mi mano. La apretaba como queriendo reconfortarme. No me preguntó nada pero sabía por qué estaba tan preocupada.
Al volver la esquina, nos encontramos de frente con Raúl y Aina, ellos no nos vieron porque estaban enfrascados en una discusión, pero las súplicas de ella llegaban a mis oídos y los agujereaban como si de agujas se tratara. Le rogaba entre lágrimas que no se enfadara, intentaba acercarse pero él le giraba la cara y con un brazo la empujaba. No podía permanecer impasible, cuando me giré para decirle a Álex que nos acercáramos, él ya tiraba de mí en dirección a la pareja fulminando con la mirada a Raúl.
—Lo siento, perdóname, es que tenía que hacer un trabajo con Laia. Pero ya le he dicho que hoy no podía.
—¡Vete! Si prefieres estar con ella a venir conmigo no sé qué hacemos juntos. Si lo haces por pena no te preocupes, que niñatas como tú dispuestas a todo por mí las hay a patadas.
—¡No, por favor! Ya le he dicho que no. Sabes que eres lo más importante para mí. —Aina volvió a acercarse y él a empujarla.
—¡Qué te vayas! Esta claro que me equivoqué contigo. Creía que eras más madura, eso me pasa por no fijarme en mujeres de verdad.
Cuando llegamos Álex cogió de los hombros a Aina y la apartó de Raúl.
—¿Tú de qué vas? —Raúl bajó de la moto y se encaró con él— Métete en tu asuntos gilipollas.
—Este es mi asunto. Es amiga mía.
—Ella es “mi” novia y te digo que no es asunto tuyo, payaso.
—¿Qué problema tienes? Si necesitas a un perrito faldero que te siga a todas partes cómprate uno. Deja a la chica en paz.
Podíamos ver la furia en los ojos de Raúl. Para entonces ya éramos el centro de atención y un numeroso grupo de gente nos rodeaba.
—Tú sí que vas a necesitar un perro cuando te parta la cara y te deje ciego.
Aina se soltó y corrió a los brazos de Raúl.
—No lo entendéis, es que está un poco enfadado pero él no es así. Es dulce y bueno conmigo, por favor, iros.
—De eso nada, vente con nosotros. ¿No te das cuenta? ¿No ves cómo te trata? —Hablé desesperada.
Intenté hacerla entrar en razón, pero ella negaba con la cabeza y sujeta a Raúl para que no se acercara a Álex, aunque si él realmente hubiera querido golpearlo se habría deshecho de ella con facilidad, pero como era un cobarde, la dejó pensar que se contenía por ella. A mí ya no podía engañarme. Le rogué a Aina de nuevo que nos acompañara pero se negó. Finalmente, Álex se dio por vencido. Cogió mi mano, tiró de mí con delicadeza y comenzó a caminar.
—No hay nada que hacer. Ya se dará cuenta. —Me besó en el pelo y me alejó de ellos.
Pero yo no estaba de acuerdo. Siempre había algo que podríamos hacer y no iba a rendirme. Estaría a su lado y haría lo posible para abrirle los ojos. Y entre las cosas que tenía previstas para obligarla a reaccionar estaba la opción de ir a hablar con sus padres y pedirles ayuda.
Me presenté en casa de Aina cuando sabía que ella no estaba, con la confianza de años de comidas y noches de pijamas, hablé con su madre con total sinceridad. Le expliqué todo lo que veía, cómo Raúl la controlaba, hasta la discusión que había presenciado. Cuando vi la sorpresa en sus ojos entendí que la mujer no se había dado cuenta de nada y que todo lo que yo veía, a ella le sonaba a trama peliculera. Seguro que yo exageraba porque su niña se daría cuenta si alguien no la respetaba. Raúl había estado varias veces en su casa y delante de los padres de Aina se había comportado como un muchacho educado y atento. No obstante, la mujer me dio la gracias por preocuparme y me aseguró que estaría al pendiente por si al final veía algo raro.
Todas las parejas discuten.
No sé si Aina se enteró de mi visita a su casa pero nuestra relación no volvió a ser la misma. Se terminaron los días de chicas, las idas y venidas al instituto juntas y quedar con los amigos. De ser inseparables pasamos a hablarnos en los descansos entre clase y clase, por teléfono y a vernos en contadas ocasiones, siempre en aquellas en las que Raúl tenía otros planes que no la incluían a ella. En todas esas ocasiones hice lo imposible para que se diera cuenta del tipo de relación que tenía. Que no era sana, que él no la quería lo más mínimo, pero siempre terminábamos discutiendo y con la frase: tu no lo entiendes, él me quiere tanto que teme perderme. Pero la que no entendía, ni quería entender, era ella.
El curso ya estaba llegando a su fin. Pronto tendríamos que hacer los exámenes finales y la prueba de acceso a la universidad. Hablando de temas neutrales, alejados de cualquier tipo de polémica, veía a la misma Aina de siempre. La chica alegre y despreocupada que aligeraba las cargas que otros soportaban sobre sus hombros, capaz de empatizar, consolar y animar a todo el mundo. Hasta que al preguntarle si ya tenía clara la carrera a elegir soltó la bomba.
Raúl no iba a ir a la universidad, ya era un año mayor que nosotros y estaba repitiendo. Si seguía cursando bachiller era por imposición de sus padres, así que ni hablar de realizar estudios universitarios. Y ella no estaba muy segura de qué hacer, quizá se tomara un año sabático para pensar qué hacer con su vida.
¿A quién pretendía engañar?
—¿Vas a renunciar a tus estudios por él? —Pregunté asombrada.
—No es por él, exactamente, es que no tengo claro qué quiero estudiar.
—Tú siempre has querido hacer económicas, puedes probar y si no te gusta te lo dejas, pero al menos haces algo. —Yo no era tan tonta de creer esa estupidez del año sabático. Si Aina no quería estudiar era por no separarse de él, o porque él no la dejaba.
—Tú lo ves todo muy fácil porque Álex y tú iréis juntos, ¿pero si él no fuera qué harías? Seguro que te plantearías quedarte. Seguro que a él no le haría gracia separarse de ti.
—Mira, Aina, si Álex no estudiara me seguiría apoyando. Velaría por mi futuro y me animaría a conseguir todo lo que yo me propusiera.
—Raúl también. Mira por nuestro futuro. Ya casi lo tengo decidido, Laia. Además hemos hablado de irnos a vivir juntos. Su tío tiene un taller y lo mismo le da trabajo, yo podría buscar algo también.
—¿Vas a dejar que él decida también por ti?
—Lo dices como si yo no pintara nada. Estoy de acuerdo con él. No queremos separarnos y punto. Si de verdad fueras mi amiga lo entenderías y no me criticarías.
—Soy tu amiga, Aina. Por eso te digo que estás cometiendo un error. ¿A tus padres les parecerá bien?
—Mis padres siempre han tenido problemas económicos, seguro que les hago un favor buscando trabajo y evitando que paguen mis estudios. Además solo será un año.
Sabía que si Aina se iba a vivir con él estaría perdida. La poca independencia que tenía al vivir con sus padres desaparecería y él tendría el control absoluto sobre ella. ¿Pero dónde más podría acudir? A veces me sentía como si fuera la única que veía el tipo de relación que tenían. Me había planteado muchas veces acudir a la policía, ¿pero qué les iba a decir? Él, gracias a Dios, nunca la había golpeado y en público, como mucho, la había ridiculizado tratándola de niñata, ¿sería suficiente para denunciar una situación de violencia machista? ¿Me tomarían en serio? ¿Y luego qué? Ella no iba a estar de acuerdo con mi acusación y seguramente se alejaría de mí. Me daba miedo no poder enterarme si me necesitaba si la cosa empeoraba.
A la semana siguiente, ya casi con los exámenes finales encima, era incapaz de concentrarme. Había entrado mil veces en internet para informarme sobre cómo denunciar un caso de violencia machista pero no sabía cómo hacerlo. Me harían muchas preguntas y tenía miedo de que se burlaran de mí o no me tomaran en serio. En medio de toda esta disyuntiva, recibí la visita de Aina en mi casa, algo excepcional desde hacía bastante tiempo. Nos encerramos en mi habitación y la miré con atención. Parecía bastante nerviosa y alterada.
—Tengo que pedirte un favor, Laia. Ha pasado algo…
—¿Ha sido Raúl? ¿Te ha hecho algo?
—Sí —Aina empezó a llorar—. Me ha dado una bofetada esta mañana.
Dijo en un susurro, avergonzada, como si la que hubiese dado el golpe fuera era.
—¡Lo sabía! Era cuestión de tiempo que ese cabrón te pegara.
—Ha sido por mi culpa, es que le he vomitado encima. Estábamos… ya sabes— Hizo un gesto inequívoco de felación—, él me ha sujetado la cabeza. Muy fuerte, No me dejaba moverme, ni casi respirar, me ahogaba. Me han dado arcadas y le he vomitado encima. Le he puesto el pantalón perdido y las deportivas nuevas hechas un asco, se ha puesto como loco. Pero es que era la primera vez que lo hacía, me había dicho que le hacía mucha ilusión que se lo hiciera y yo lo he estropeado todo. Me he quedado arrodillada y él me ha gritado hasta que me ha dado una bofetada al ver que yo no le respondía, y me ha tirado al suelo. Me seguía insultando cuando se ha ido de mi casa.
Podía ver el moratón que empezaba a formarse en su pómulo y la mortificación de mi amiga mientras me contaba algo tan íntimo. La abracé con fuerza y dejé que se desahogara sobre mi hombro. Ahora podíamos llamar juntas al teléfono del maltrato. Yo estaría a su lado incondicionalmente, como siempre, y la apoyaría en todo lo que necesitara.
—No te preocupes. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. No tienes porque volver a verle. Iremos a la policía y se lo contaremos todo. No dejarán que vuelva a acercarse a ti. Estaré a tu lado, como siempre. Es más, estoy deseando mandarlo a la mierda por ti. Todo saldrá bien, tu no te preocupes.
En ese momento levantó la cabeza, se secó las lágrimas y me miró con media sonrisa en la cara.
No fue su gesto, si no lo que me dijo después lo que me rompió el corazón.
—No me has entendido —negó con la cabeza—. No voy a dejarle. Le quiero —como si el amor fuera la disculpa de todo. Cómo si lo que ese malnacido sintiera por ella fuera amor—. El favor que quiero pedirte… me da un poco de corte…
—¿No quieres dejarle? ¡Pero si te ha pegado! ¡Te maltrata! ¡Una persona que quiere a otra no le pega ni le grita, ni le quita la libertad! ¿No puedes verlo? ¿Cómo es que no puedes verlo?
—Pero es que estaba nervioso. Si se lo hubiera hecho como a él le gusta no habría pasado nada. Ya sabes que siempre he tenido facilidad para las arcadas. Lo que quiero pedirte —se puso roja y se movió inquieta a mi lado—, es que, como tu tienes ya dieciocho años, me acompañes al sexshop de la plaza para comprar uno de esos de goma. Un consolador. Así practicaré. El mes que viene es su cumpleaños y quiero hacerle el mejor regalo de su vida.
No pude hablar. Ni moverme. Solo pude sentir una impotencia inmensa que al final se canalizó por medio de un llanto inconsolable. Comencé a llorar y la abrace con todas mis fuerzas. Solo pude decir:
Yo cuidaré de ti.
Reflejas muy bien en este relato situaciones que he vivido de cerca. Es muy duro, pero hay que ayudar a las victimas y empezar con una buena educación ya desde niños, porque estas actitudes no empiezan de un dia para otro.
Tú has dado la clave, Noemí. La educación desde niños, el trabajo de docentes en los centros y sobre todo de los padres en casa, son la mayor arma contra esta lacra. ¡Besos!
Hola guapa, me encantó el relato. Reflejas muy bien situaciones de hoy en día. Me da mucha pena que la juventud este cambiando tanto y a pasos tan agigantados. No es normal estos cambios tan radicales.
Yo tengo un niño de 3 años y tengo pánico al futuro.
Muchos besos
Gracias, Glace. Los niños son esponjas que absorben y toman como suyas conductas cotidianas. Por eso la educación es la base fundamental para que nuestros hijos crezcan como personas asertivas y sepan diferenciar lo que está bien de lo que está mal.
Besos.
Mientras leía el relato, ser me ocurrían muchas cosas para comentar más tarde, sobre el tema, pero al finalizarlo, me he quedado helada y he sentido un escalofrío.
Es tremendo la realidad con la que has descrito un hecho, por desgracia, más común de lo que creemos y ese proceso que poco a poco se va agravando cada vez más. A los que lo vemos con sangre fría nos cuesta entender que las personas maltratadas no vean la gravedad de lo que está ocurriendo a su alrededor y en especial, que justifiquen los actos de los maltratadores.
Felicidades por el relato y gracias por compartirlo.
Un beso enorme !
Gracias, Maribel. Cierto que a las personas que lo vemos desde fuera nos resulta difícil comprender cómo las personas maltratadas soportan esta situación. Pero lo cierto es que hay múltiples factores que juegan en su contra, empezando por el miedo, ya de por sí poderoso.
Lo mejor que podemos hacer es mostrarles nuestro apoyo.
¡Besos!
No he podido evitar emocionarme y recordar capítulos que forman ya parte de un lejano pasado. He escrito un libro sobre Violencia de género Diario de una mujer maltratada, y me he hecho un blog soniafuentes202.blogspot.com.es, donde detallo este proyecto que inicié para ayudar a las víctimas y luchar contra esta lacra social. Mi más humilde admiración y felicidades por tu coraje en escribir este relato. Saludos
Ay, Sonia. Yo sí que te felicito de todo corazón por la valentía de haber salido de esa situación y además utilizar tu experiencia como mensaje positivo de superación.
Enhorabuena y siempre adelante.
Besos.
Es un relato que refleja lo que vive una chica que se enamora de un chico que esta acostumbrado a pegarle a las mujeres. Y hay tantas que dejan todo por tipos asi, para terminar en una tumba, él preso y los hijos…. o en manos del gobierno, o al garete, presa de cualquier depravado que quiera hacer fleco con ellos.