Todo cambia cuando empiezas a lavarle los calzoncillos.

amor-3_largeLa vida es perfecta y maravillosa cuando te enamoras. Vivimos intensamente cada encuentro. Estamos deseando que llegue el fin de semana y salimos al cine, de cena, de viaje, detallito por aquí, sorpresita por allá.  Nunca pasamos el suficiente tiempo juntos.

Por eso un buen día decidimos que es una tontería vivir cada uno en su casa. Amor es compartir. Vivamos juntos. El tiempo deja de ser una preocupación, las noches son nuestras y si el trabajo lo permite parte del día también. Compartimos nuestro tiempo y espacio. Perfecto.

De pronto te das cuenta que no compartes otras muchas cosas… pero no importa, todo es casi perfecto. El día a día establece una «agradable rutina» y la aceptamos porque estamos enamorados. Llega el fin de semana y estamos demasiado cansados para salir, nos apetece quedarnos en casa, para qué ir al cine si tenemos DVD. Con un poco de suerte pedimos la cena, si no, no pasa nada… Empezamos a acomodarnos en nuestra vida común y nos llega como un recuerdo, un «deja vu» aquellos días en los que compartíamos lo bonito. Sólo lo bonito.

Al cabo del tiempo, en algún momento mientras por ejemplo, recoges la ropa del suelo del baño, la pones en la lavadora o la tiendes te preguntas: «¿cuando he pasado yo de ser su novia, amiga, amante, a ser además su madre?» (esto lo habéis pensado todas y la que diga que no, miente). Parándote a pensarlo un poco, te das cuenta que ninguno de los dos está poniendo de su parte. Ambos nos abandonamos a la comodidad. Damos por supuesto aquello que establecimos en un principio y por lo que nos encontramos en esta situación. Hemos dejado de decirnos lo que sentimos y de hacer las cosas que nos hacían felices.

Sí, en alguno de los momentos nuestra relación evoluciona, qué es lo que tiene que hacer. Y empezamos a compartir situaciones que no son perfectas, porque ninguno de los dos lo somos. Nos quejaremos y lo seguiremos haciendo por tener que recoger la ropa del baño, bajar la tapa, dejar la taza del café en el fregadero y hasta de lavar sus calzoncillos. Igual que pueden hacer ellos con nosotras por otras muchas cosas. No quiero hablar de machismo (hoy no), hablo de dejadez.

Nuestro fallo está en no mantener parte de aquellas cosas y situaciones que propiciaron que nos enamoráramos. Volver a salir, sorprender a nuestra pareja con un fin de semana romántico, una cena o cualquier detalle que nos haga recuperar la ilusión.

Por experiencia, vale la pena.

 

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